Ahí
estaba ella, tan natural y aparentemente ignorante de la atracción que ejercía
sobre mí. Ocupada en la dura labor de hacer la colada y sin embargo fresca y
serena, como si semejante tarea no fuera más que un agradable entretenimiento
que no la afectara en absoluto.
Lo que
la hacía más hermosa a mis ojos, era esa despreocupación de sí misma, la
naturalidad con que dejaba que el agua se deslizara por sus brazos. Era joven y
hermosa. Y yo no podía dejar de mirarla.
©Rosa G.
©Rosa G.
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