—Vamos
hija, deja ya eso.
— ¿Por
qué? Ya te lo he dicho otras veces: me gusta. Cada equis tiempo vuelves a
mirarme de esa manera y me repites lo mismo. ¿No puedes entenderme?
—Sí,
claro que te entiendo. Eres tú la que no quiere entender lo que te digo.
—Supongo
que ahora volverás a repetirme lo que dices siempre. Así que venga, dilo
—Pues
claro: deja ya de perder el tiempo escribiendo tonterías. Eso no sirve para
nada, solo para que pases las horas muertas sentada delante de ese cacharro, desperdiciándolas.
Mejor harías otras cosas, como ir a la calle, por ejemplo.
—Ya, ya
me gustaría salir a la calle, como hacía antes, y volver satisfecha del paseo.
—Pues
cose o mira la tele, no sé, aprovecha el tiempo.
Me
quedo mirándola y siento tristeza. Pienso que tal vez sea imposible que lo
entienda, a pesar de que se lo he explicado muchas veces. No sé por qué
aún me parece importante su aprobación, soy demasiado mayor y ella está cerca
de ser centenaria.
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