...Así recordaba el momento sentada en la tranquilidad
de su casa. Sucedió hacía años, pero podía sentir aún la caricia de sus
manos y el calor de su aliento, mezcla de tabaco y menta, en su boca. Fue una
sola noche, pero parecieron muchas noches. Él se llamaba Dittmar, fue lo único que supo de
él; le había suplicado que repitiera su nombre mientras hacían el amor. Parecía
desesperado.
En realidad apenas pudieron hablar unas palabras, ella no hablaba
alemán y él no entendía francés. Utilizaron el idioma del mundo: el del sexo,
que todos entienden. Ahora, a pesar del tiempo transcurrido, había algo que no
conseguía borrar de sus recuerdos y que aún le pesaba en su conciencia.
Entonces le pareció necesario, ahora solo era peso para su corazón. Aquel
amanecer, silenciosamente se puso las bragas, abrochó la camisa y ajustó los pantalones holgados a su cintura, tomó la mochila y el fusil y bajó saltando los escalones de dos en dos, pensando. Paró súbitamente y volvió atrás, cargó el
fusil y le descerrajó un tiro. La sangre brotó al instante tintando su pecho de
rojo. Y quedó muerto, sin enterarse siquiera de lo que había sucedido,
sonriendo aún como en sueños. Luego, dando traspiés bajó corriendo a la calle y
huyó en la oscuridad, no fuera que alguien hubiera oído el disparo y viniera a ver
qué pasaba.
Fue una locura, pero en aquel tiempo ella pertenecía a la
Resistencia y él era un soldado alemán...
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