Bajada de la Red |
¿Por
qué no iba a ser algo normal? A lo mejor se iba de viaje y necesitaba algo del
despacho. Echó una ojeada por la sala común. Nadie miraba a nadie, cada uno se
aplicaba a lo suyo con las cabezas metidas entre los papeles, como si les
hubiera entrado, de pronto, un ataque de actividad. Junto a su mesa, la de
Vergara, su compañero en los últimos dos años, estaba vacía y recogida, sin
papeles, sin el retrato de su Pomerania de lengua sonrosada y ojos vivos y
escrutadores, interrogantes. También había desaparecido el cactus enano que
decían evitaba las radiaciones de la computadora. ¿Se había ido? ¿Por qué? El
corazón le dio un vuelco. Ya sabía que algo estaba pasando y seguro que aquello
tenía que ver.
Apenas le dio tiempo para sacar los papeles de la carpeta y ponerlos
sobre la mesa, cuando sonó el teléfono. Era una llamada interior. El Jefe.
Mientras descolgaba miró al despacho y vio que seguía mirando a la calle, como
si buscase a alguien o algo, con el auricular pegado a la oreja.
—Ribas, venga, por favor. Tenemos que hablar.
Las
piernas empezaron a temblarle y las manos se le humedecieron de pronto. Esto no
le gustaba. Bueno, no debería preocuparse hasta no saber qué quería, a lo mejor
le pedía que fuera con él a ese viaje imaginario, no sería la primera vez.
—Buenos días señor Mendoza. Dígame.
—Ya
sabe, Ribas, los negocios no funcionan. Cada vez hay menos trabajo, las cosas
van mal y no parece que vayan a solucionarse en poco tiempo. Las exportaciones
han disminuido mucho y ya ve cómo va el mercado nacional. Si no hacemos algo
pronto, todo se irá al carajo —seguía frente al ventanal y no se volvió a
mirarle— No me gusta lo que voy a decirle, pero no queda más remedio, no es
usted el único y no es porque no cumpla con sus obligaciones, es porque alguien
tiene que ser y usted es de los que han llegado de los últimos y su trabajo
puede hacerlo cualquier otro de los que se queden.
Le
daba vueltas, titubeaba, se sentía inseguro. Así que Pablo, sin saber por qué
decidió ayudarle.
—Estoy despedido ¿es eso? —Le temblaba un poco la voz— ¿Quiere decirme
que me ha tocado a mí y no a otro? Bueno, pues ya está dicho. Puede dejar de
mirar por el ventanal y mirarme a mí a los ojos.
— Tiene usted el tiempo legal para
organizarse —Por fin se dio la vuelta y le miró de frente. Estaba pasando un
mal rato— y cobrará la liquidación a la que tiene derecho y dos meses más. De
verdad que lo siento, pero las cosas están así. Me gustaría que todo hubiera
seguido igual.
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