Comienzo
Aquel día Pablo abrió los ojos de pronto y se sentó en la cama. Un
escalofrío le recorrió la espalda. La habitación parecía una nevera. Así y todo
permaneció sentado unos momentos, tenía una sensación extraña, algo no iba
bien. Pensó en ello mientras se duchaba y luego tomando el desayuno. Era una
tontería, se dijo, porque no había pasado nada nuevo y en las noticias de la
radio seguían hablando de las mismas cosas de todos los días. Nada nuevo.
Bajando las escaleras mecánicas que le llevaban a la estación del metro
volvió a pensar lo extraño que era ir rodeado de tanta gente, presurosa y
ensimismada y sin embargo sentirse tan solo. Estaba seguro que a todos o casi
todos los que le empujaban y le metían en el vagón casi a la fuerza, debía
pasarles lo mismo. Hoy estaba desasosegado, algunas cosas no iban bien ni en el
trabajo, ni en él mismo. Tenía treinta y nueve años y seguía viviendo en casa
de sus padres, solo que ahora los que no vivían eran sus padres y estaba solo.
No le gustaba la soledad, pero creía que su destino, precisamente, era no tener
a nadie cerca.
Cuando entró en la oficina confirmó su idea de que las cosas no iban
como siempre. La luz del despacho del jefe estaba encendida, algo extraño
porque él no llegaba nunca antes de las nueve. Sobre la mesa más carpetas y
papeles de los habituales y Mendoza mirando fijamente por la ventana, de
espaldas a la gran sala de empleados.
sigue...
sigue...
No hay comentarios:
Publicar un comentario