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| Imagen de la Red |
Se agarró a la almohada, como quien se aferra
a un salvavidas en medio de las aguas revueltas, o quizá pensando en el tibio
cuerpo de la mujer que siempre fue un sueño. Sin abrir los ojos sabe que está
amaneciendo y que aún tiene unos minutos para permanecer en ese mundo entre la
realidad y los sueños.
Últimamente, cada vez más a menudo, le
asaltaban pensamientos en los que no solía pararse demasiado tiempo. Quizá por
eso, volvían una y otra vez para dejarle intranquilo. Iba a cumplir sesenta y
dos años, tenía la vida resuelta, a pesar de la crisis y el momento que vivía el
mundo, sumergido en la vorágine de guerras y otras calamidades. No se podía
quejar; sintió a su lado el cuerpo de su mujer que dormía plácidamente, deslizó
un dedo por su espalda, sin apenas tocarla para no despertarla. La quería
mucho; el bienestar invadió su cuerpo al pensar en ello. También en esto había
sido afortunado, ella era la mujer que siempre había buscado, todas las demás
solo habían sido un anticipo.
Se dio la media vuelta, no quería mirarla cuando
pensaba en esas cosas, solo eran pensamientos, pero se sentía algo desleal con
ella. ¿Qué le pasaba? Qué más se le podía pedir a la vida. Se preguntaba esto
cada vez que sentía ese desasosiego, esa sensación de que había terminado una
etapa de su vida que deseaba conservar. Era cierto que ahora ya no tenía que
competir, que se habían acabado las luchas con los colegas y con los demás
hombres, por atraer la atención de las mujeres. Ya no importaba sentirse
inseguro cuando alguna le gustaba demasiado, o tan seguro cuando se le acercaba
alguna joven pretendiendo conquistarle.
Si amaba a su mujer, si ella era lo mejor que
le había pasado en la vida. ¿Por qué sentía entonces ese desasosiego, esa
nostalgia y hasta tristeza, esa sensación de pérdida, ese deseo de irse y
empezar de nuevo?
En ese momento sonó el despertador. Ella
debía levantarse para ir a trabajar. El, como todos los días desde que la
empresa se fue a pique, iría al gimnasio y antes de acabar agotado, se haría la
ilusión de que seguía siendo el hombre fuerte y luchador que siempre fue.

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