— ¡Mira, mira, mamá! —dice mi hijo,
señalando a los Reyes Magos que, en ese momento, desfilan por la calle
principal de la ciudad— se han vestido diferente, no llevan capa, ahora sí que son Magos.
— ¿Qué te parece, te gustan más así o los
prefieres como siempre?
El niño me mira y luego se mira las manos,
como si estuviera pensando, muy concentrado, la respuesta. Luego mira de nuevo
a los Reyes Magos, subidos en su carroza y levantando los hombros dice:
— Son los Reyes Magos, ¿verdad? Pues a mí me da
lo mismo. Si les gustan esos vestidos que se los pongan. Pero que no se olviden
de mi carta.
Cuando volvamos a casa y esté algo más
tranquilo para poder escucharme, le explicaré que todo evoluciona y cambia, él
también cambiará y se hará mayor. Y que hay que saber adaptarse a los tiempos,
sobre todo en lo que hay que compartir con los demás, porque no debemos
pretender que todos piensen y hagan lo que nos gusta a nosotros, sino que,
también nosotros debemos aprender a asumir lo que les gusta a los demás. Y a
los Reyes, este año, les ha apetecido modernizarse para ir sobre sus carrozas
más cómodos, sin tanto lujo, más acorde con los tiempos que corren, de penurias
para una parte importante de la gente. Y ellos, que buscaban a Jesús, seguro
que querían seguir sus enseñanzas.
(Y por lo menos —esto lo pienso yo, sin que él se entere— el rey negro es un negro de verdad, no uno pintado y no se les van despegando las barbas, porque esto sí que desilusiona a los niños, que son niños pero no tontos)
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